¡Descubre las máscaras del ciberespacio y cómo ser un ninja entre el encierro digital y la exposición total!
¡Qué onda! Hoy me puse a pensar en ese rollo raro entre querer privacidad y a la vez andar exponiéndonos en redes, basándome en mi experiencia tanto en el mundo normal como en el cripto.
Mira, la neta es que cada grupo social y cada universo tiene sus propias reglas para usar apps y redes. Así que, para no hacernos bolas, deberíamos tener varias “personas” o identidades, según dónde andemos. Esto es como cuando en lingüística hablan de géneros discursivos, que no es más que la forma diferente de hablar o expresarnos según la situación.
Por ejemplo, ¿a poco no te ha pasado que conoces a alguien y al darte tu contacto sale el clásico “¿cómo no tienes WhatsApp?” o “¿no usas X red?”? En el mundo de los que usamos las redes típicas tipo Facebook o Insta, no usar esas es como ser fantasma en el internet. Pero en el rollo cripto y entre hackers, la cosa cambia: preguntan “¿Por qué tienes Facebook?” o “¿No chambeas por Telegram?” y ahí empiezan a brincar otros protocolos más pesados y cifrados para cuidar la privacidad.
Lo loco es que acabas dividiendo tu vida digital en pedacitos según la app que usas. Eso mismo pasa con el lenguaje: hablas diferente en la chamba que con los cuates. En redes, Instagram es para mostrar fotos padres, Twitter para mensajes cortos, y Facebook para cadenas largas, cada quien arma su rol y su máscara distinta en cada lugar.
En el mundo cripto, la privacidad es casi religión. Viene desde los cypherpunks, esos chavos que en los 90 ya se preocupaban por no dejar rastro en la web, cuando apenas usábamos email para comunicarnos. Hoy, querer ser anónimo online es todo un show y hay tutoriales con técnicas bien locas para no ser descubierto: desde usar mil aparatos diferentes para cada cosa, borrar metadatos, dejar de lado el ego y hasta crear ruido para confundir a los que te quieren rastrear. Eso suena a “esquizofrenia digital”, como dicen por ahí, pero es la única forma de no dejar huella.
Hay quiénes ni se acercan a servicios como Facebook, Google o Amazon porque creen que son una trampa del “capitalismo de vigilancia”. Hay guías y cosas en la deep web que enseñan cómo escapar de esas redes, pero no usar esas apps te deja medio al margen del mundo: ni chamba, ni comercio, ni fiestas virtuales. Es como andar fuera del radar… pero también sin señal.
Ahora, con eso de Web3 y la onda crypto, los optimistas pensaron que con las billeteras virtuales podríamos tener identidad digital sin depender de otros. Pero el problema es que ligar tu identidad con una billetera es un peligro para la privacidad, porque todo queda expuesto, como si para entrar a tus apps tuvieras que mostrar tu cuenta bancaria y todo lo que has gastado.
Sí, hay soluciones –como usar direcciones distintas para cada transacción o cadenas donde los saldos se mantienen secretos– pero todavía falta mucho para que sea cosa de todos.
La neta es que la privacidad no es lo mismo que desaparecer del mapa todo el tiempo. Se trata de escoger qué mostrar y a quién, sin tener que estar paranoico siempre. Puedes ser diferentes “yo” en cada red o app, sin que todo lo que haces en una afecte a la otra. Piénsalo como tener control y hacer que las apps trabajen para ti, no al revés.
Un día llegará esa era de Web3 y las identidades autosoberanas, pero mientras tanto, la banda tendría que agarrar el toro por los cuernos y cuidar su privacidad en lo que ya existe. Porque, neta, privacidad es elegir, no esconderse.

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