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Desde que salió Bitcoin, mucha gente lo ha visto como una revolución financiera, una moneda hecha por y para la banda, que promete darle poder al pueblo y quitarle el control a los grandes bancos y gobiernos. Esta idea súper chida ha hecho que un chorro de personas se animen a invertir en esta nueva forma de dinero.
Pero si nos ponemos a ver bien, la cosa no es tan nueva ni tan justa como parece. Vemos un rollo que se llama el Efecto Cantillón, que básicamente dice que cuando cae dinero nuevo en la economía, no todos se lo llevan parejo. Los que están más cerquita del billete, los primeros en agarrarlo, se llenan más los bolsillos, mientras que los demás van recibiendo las sobras, que ya valen menos por la inflación.
En los tiempos del dinero normal, los que más ganan con eso son los bancos centrales y los peces gordos de la banca, y la raza común nomás ve cómo su lana pierde valor poco a poco.
Ahora, si le damos la vuelta al mundo Bitcoin, pasa algo parecido. Al principio, sólo unos cuántos hackers, nerds de la tecnología y visionarios se pusieron a minar y juntar Bitcoins cuando casi no valían nada. Estos primeros cracks se hicieron con montones sin gastar mucho. Luego, cuando la fama de Bitcoin como “oro digital” empezó a crecer, su precio se fue por las nubes, haciendo millonarios a esos pioneros.
Después, entraron en la jugada los grandes inversionistas, las empresas y los fondos con lana a mansalva. Ellos comenzaron a comprar en grande, subiendo todavía más el precio. Entonces Bitcoin ya no pareció tanto un dinero para todos, sino un juguete caro para los ricos. Esos grandes peces están en la cima, sacando provecho de que su dinero hace que más gente quiera entrarle y siga aumentando el precio.
Mientras tanto, la gente normal, la raza que se entera de Bitcoin por redes o noticias, llega hasta después, comprando a precios bien altos y muchas veces sin entender los riesgos y la loca montaña rusa que es esto. Para ellos, invertir en Bitcoin parece más una apuesta o una moda, que una forma real de hacerse rico. No están creando dinero nuevo, más bien están tratando de adivinar si el valor subirá o bajará, cuando las monedas ya están en manos de los grandes.
En resumen, el Efecto Cantillón en Bitcoin muestra que la riqueza está en pocas manos, mientras la mayoría entra tarde, con menos chance de ganar y más riesgo. La promesa de que Bitcoin iba a repartir el poder y el dinero parejo se queda medio en el aire. En lugar de ser un sistema donde todos avancen igual, parece una rebanada donde los primeros y los más poderosos agarraron el pedazo más grande.
Pero no todo está perdido. Aunque parece que unos cuantos están bien pegados al billete, eso no significa que controlen toda la red. A diferencia del dinero normal, donde los bancos pueden sacar más papelito cuando quieren, Bitcoin funciona con reglas muy firmes que nadie puede cambiar, ni siquiera los que tienen más monedas. La red está repartida por el mundo, con miles de computadoras cuidando que nadie truquee nada. Tener un buen montón de bitcoins no te da el control total.
Además, este mercado es bien dinámico. Conforme pasa el tiempo, los primeros dueños venden algo de su lana y así la riqueza se va moviendo a otros. Cada vez que alguien compra o vende, el control se va diluyendo. Los chavos y la banda que llegan después también pueden participar y ser parte de esta economía sin que los peces gordos los aplasten.
Así, el Efecto Cantillón en Bitcoin podría ser una cosa pasajera, un desbalance necesario mientras la red crece y madura. La verdadera chulada de Bitcoin no está en que la lana se reparta perfecto al principio, sino en que es un sistema donde, a la larga, nadie podrá controlarlo ni manipularlo, ni aunque tenga millones de monedas.
Ya sabes, antes de aventarte a comprar Bitcoin o cualquier otra cosa, investiga bien y no le apuestes todo. Aquí nadie regala nada y todos los movimientos llevan su riesgo. ¡Ora sí, pilas!
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