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La economía de México está en una etapa bien complicada porque la inflación no quiere aflojar y eso tiene a todos con la ceja fruncida: desde la gente de a pie hasta las empresas y los expertos.
Esta inflación pegajosa viene de muchas partes, tanto de afuera como de adentro. Por fuera, estamos sufriendo porque los precios internacionales subieron y las cadenas de producción se atrasaron: la energía, la comida y otras cosas que México trae de otros países están cada vez más caras. Por dentro, la gente sigue queriendo comprar chido, pero la oferta no da para tanto, el peso se está devaluando y eso hace que todo lo importado salga más caro. También han subido los sueldos más allá de lo que la productividad da, y el gobierno mete lana para hacer que la economía no se estacione, pero eso también hace que los precios sigan subiendo.
Lo que más siente todo mundo es que el dinero ya no rinde como antes. Con lo que ganas, ya no puedes comprar las mismas cosas que hace un año. Esto le pega duro a las familias que no tienen tanto y que destinan casi todo a cosas básicas, que además son las primeras en subir de precio. Además, esta subida constante de precios hace que empresas y trabajadores no sepan ni para dónde ir, porque no pueden planear bien a futuro, y eso hace que se frene la inversión y la compra de cosas que duran más tiempo.
En lo grande, esta inflación alta también daña la competitividad de los productos mexicanos porque si los precios en México suben más rápido que en otros países, nuestros productos se ponen caros en el extranjero y pierden chamba. Para tratar de controlar esto, Banxico tiene que subir las tasas de interés, lo que hace que los créditos y préstamos salgan más caros, así al principio la gente y las empresas compran menos y eso ayuda a bajar la inflación, pero también hace que el crecimiento económico se ponga lento. Otro asunto es que la inflación ayuda a quien tiene deuda porque pagarla resulta menos caro, pero afecta a los que guardan su ahorro porque ese dinero vale menos.
Lo que México quiere es crecer de buena forma, con empleo decente, menos desigualdad y un país más seguro y sostenible. Para eso, sería ideal que fueramos más autosuficientes en cosas importantes como la comida y la energía, así no dependeríamos tanto de lo que pasa afuera. Pero ahora la prioridad es frenar la inflación para que el dinero en la bolsa no pierda valor y los inversionistas se animen a meter varo.
Para lograrlo, es importantísimo que mejoremos las cadenas de producción internas, que busquemos más socios comerciales y que produzcamos más y mejor, reduciendo lo que tenemos que importar. También necesitamos políticas que ayuden a crecer sin que los precios se disparen más.
No es fácil, porque seguimos dependiendo de importaciones en cosas clave, hay productividad baja en varios sectores, mucha gente trabaja en lo informal, la corrupción, la inseguridad y que la inversión en infraestructura y educación no es la que debería, ponen muchos obstáculos. El valor del peso frente al dólar también es bien volátil, lo que encarece las importaciones y hacer pagos de deuda. Y todo esto se puede complicar más si de repente viene una pandemia, un conflicto o algo inesperado que le caiga mal a la economía.
En resumen, todos vemos los precios subir y nos preocupamos porque nuestro dinero ya no alcanza. Banxico tiene la chamba de controlar eso subiendo la tasa de interés: así el crédito sale más caro, la gente y empresas gastan menos, y eso baja la demanda y con suerte los precios también se calman. Además, Banxico se pone las pilas para explicar claro qué piensa hacer y así la gente no se adelanta y sigue haciendo compras por miedo a que todo suba más.
Pero no todo depende solo de Banxico. Si el gobierno sigue gastando mucho sin que la producción crezca, o si sigue la incertidumbre política y económica, la inflación puede no bajar aunque suban las tasas de interés. O sea, para que de verdad bajen los precios, se necesita que todas las políticas económicas vayan en el mismo sentido y generen confianza.
Así que la lucha contra la inflación es todo un reto que va más allá de subir o bajar números: hay que mover muchas piezas al mismo tiempo para que la economía aguante y nos vaya mejor a todos.
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