¡Hoy se juega todo! El trimestre que decidirá si Strategy entra al S&P500 y cambia el juego

¡Hoy se juega todo! El trimestre que decidirá si Strategy entra al S&P500 y cambia el juego

La historia de las criptomonedas en Bolivia es como un cotorreo que se siente en toda América Latina. No es solo un rollo local, sino un ejemplo de cómo las decisiones de gobierno, a veces muy lejanas de la realidad, chocan con lo que en verdad quiere y hace la gente. Bolivia decidió prohibir por completo las criptos, y eso solo mostró cómo, sin una visión clara, las cosas pueden salir más fregadas de lo que esperan.

La neta es que si la gente tiene una necesidad y un motivo para resolverla, va a buscar la manera de hacerlo, aunque implique saltarse la ley. No es que justifiquemos andar en la ilegalidad, pero las leyes muy extremas casi nunca salen de conversaciones reales con la banda involucrada. Más bien son órdenes que vienen de arriba, sin escuchar a los que en verdad usan o entienden el tema.

En América Latina, nuestros políticos muchas veces parecen que escriben leyes de fantasía, alejadas de lo que pasa en las calles. Por eso, estas reglas terminan siendo nada: o nadie las sigue o el rollo se vuelve clandestino, donde nadie puede controlar nada y los peligros se revientan.

El verdadero chisme no es si hay que prohibir todo o dejar que la gente haga lo que quiera sin control. Los dos extremos son una mala idea. Lo que hace falta es una regulación chida, que cuide a la banda para que no la estafen y que al mismo tiempo deje espacio para que la innovación crezca sin ahogarla. Una regulación que vea que las criptos tienen potencial y puedan ayudar a todos.

La ley no escrita aquí es sencilla: cuando algo es muy buscado y lo prohíben, no desaparece, sino que se mueve a la oscuridad. Eso pasó con las criptomonedas en Bolivia. En lugar de que se acabaran, la prohibición las hizo crecer más de modo oculto, pero sin parar. La gente sigue necesitando hacer transacciones rápido, barato y sin tanto rollo, sobre todo en países con controles estrictos y mucho problema con la inflación. Por eso, no nos debe sorprender el boom que viene después de la prohibición: la gente es bien rebelde y no se queda con las manos cruzadas.

Pero ojo, este crecimiento underground también trae broncas. Operar en lo oscuro es riesgoso y hace difícil que el mercado de criptos madure y sea seguro. Por eso es que la banda debe organizarse, pero no una organización chueca controlada por unos cuantos, sino una que incluya a empresarios, desarrolladores, usuarios de a pie y hasta expertos. Todos con voz y voto.

Esta comunidad tiene que poder sentarse a negociar con el gobierno, no para pelear nomás, sino para que sus necesidades y sueños se escuchen y se tomen en cuenta. La idea es hacer un futuro donde las leyes estén basadas en lo que de verdad pasa y no en ilusiones. Un futuro donde la innovación no sea vista como un peligro, sino como una herramienta para mejorar la economía y la vida de todos.

El objetivo es claro: crear una regulación flexible, que entienda que esto de blockchain y criptos está siempre cambiando. Que no sea un muro, sino un puente para que Bolivia y otros países puedan aprovechar las ventajas de esta tecnología, pero sin dejar la puerta abierta para fraudes, lavado de dinero o financiamiento de cosas turbias. Además, que proteja a quienes usan las criptos de a diario.

El boom que vino después de la prohibición es un hecho, y ahora lo que toca es ponerse manos a la obra para construir un diálogo efectivo y reglas que no ignoren la realidad ni a la raza que usa estas monedas. ¿Será que Bolivia va a poder pasar de la prohibición a una regulación inteligente o seguirá atorada en lo mismo de siempre? Eso el tiempo lo dirá, pero la oportunidad está ahí al alcance.

Lo que pasó en Bolivia con la prohibición de criptos enseña que cuando las decisiones vienen sin escuchar a la gente, suelen salir más mal que bien. Prohibir todo hace que el mercado se esconda y que sea más peligroso. En Latinoamérica, muchas veces vemos leyes súper ideales que no pegan con la realidad, y por eso fracasan. La neta está en encontrar un punto medio: una regulación que cuide a los usuarios, evite abusos y deje que la innovación fluya.

Al final, el crecimiento de las criptos después de la prohibición no es sorpresa. La gente busca rapidez y facilidad, y eso no se detiene con un simple decreto. Pero justamente ese crecimiento fuera de la ley implica que la comunidad cripto debe unirse, no para pelear, sino para levantar la voz y empezar a construir reglas que se adapten y ayuden a todos. Así Bolivia podría sacar provecho de este mundo cripto, mientras protege contra delitos y malos manejos. No se trata de prohibir o dejar libre todo, sino de poner reglas inteligentes que ayuden al bien común.

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