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Hace no mucho, el petróleo era el rey y movía la economía mundial. Extraerlo y refinarlo hacía que la industria creciera, el transporte cambiara y hasta el poder de los países se definiera con base en él.
Pero hoy la historia cambió: un nuevo “oro negro” salió a la luz y se llama… ¡datos! Igual que el petróleo, los datos crudos hay que sacarles chispas, procesarlos y refinaros para que sean útiles y ganen valor.
En las finanzas, esto no es moda ni cuento, es la neta. Los datos sobre lo que hacemos, lo que compramos, cómo gastamos y hasta lo que nos gusta, son ahora el motor que mueve la innovación. Esto cambia todo: desde cómo nos dan un préstamo hasta cómo se invierte en la bolsa.
Antes, para que nos dieran un préstamo, solo veían nuestro buró de crédito, y si no tenías mucha historia, chiste. Ahora las cosas se pusieron más chidas: las empresas financieras pueden revisar un montón de datos para conocer mejor cómo somos en realidad.
Piensa en esto: cuando usas apps para pedir taxi, esas apps apuntan tus rutas y horarios. Cuando pides comida a domicilio, guardan qué te gusta y cuánto gastas. Incluso cuando chateas, ves vídeos o posteas en redes, estás dejando pistas que, juntitas, dicen mucho de ti. Todo eso ayuda a las finanzas a entender patrones para ofrecerte lo que realmente necesitas o darte mejores opciones.
Por ejemplo, un banco puede ver tu cuenta y notar que ahorras, pagas a tiempo y mantienes tu dinero en orden. Eso les indica que eres responsable, aunque no tengas mucho historial llano en buró. Gracias a esos datos, los bancos pueden darte préstamos chidos o aprobar lo que antes ni te pelaban. Así, más banda tiene chance de acceso justo al crédito.
Y eso no es todo: ahora las aseguradoras personalizan más que nunca. Antes todos tenían seguros “de cajón”, iguales para la raza de cierta edad. Hoy usan datos sobre cómo duermes, te mueves y hasta qué comes, para armar seguros que te animan a vivir más saludable y pagues lo justo. Con relojes inteligentes y apps de salud es que se puede hacer eso.
En inversiones, las plataformas usan inteligencia artificial para ver cómo te la rifas con tus decisiones, qué riesgos tomas y qué buscas. Así te sugieren carteras de inversión a tu medida, y hasta te aventajan con ofertas antes de que tú mismo sepas lo que quieres. Si entras mucho a ver casas, el banco te puede lanzar una hipoteca chida antes que nadie.
Los datos se volvieron la nueva feria. No es solo el billete que tienes, sino toda la info que generas cada día lo que vale para los bancos y empresas. Ellos la usan para hacer marketing con tino, crear productos que realmente te interesen y, claro, hacer más lana. Te ofrecen justo lo que necesitas o te convencen de que lo necesitas, y así sigue el ciclo.
Pero ojo, la cosa no es solo dinero. Los datos también cambian cómo confiamos y sentimos seguridad. Que las empresas cuiden nuestra info es súper importante, porque si la regan y se filtra o usan mal nuestros datos, pueden perder credibilidad y vaya que eso duele duro.
Además, usar datos tiene su lado complicado. Los algoritmos pueden tener prejuicios si los entrenan con datos viejos y malitos. Por ejemplo, un sistema que da préstamos puede discriminar sin querer, favoreciendo a algunos grupos y dejando fuera a otros. Por eso los que hacen estas tecnologías tienen que ser muy responsables y transparentes para que todos jueguen en el mismo terreno.
El futuro de la chamba financiera está en sacar lo mejor de los datos, pero no todo es fácil. Tener montones de datos no significa ser más inteligentes. Sin saber interpretarlos y usarlos con cabeza, esos datos no son nada más que pizarras llenas de números aburridos.
Lo que de verdad vale es la mente humana: hacer preguntas chidas, encontrar patrones que importan y tomar decisiones justas. La tecnología es herramienta, pero la inteligencia para usarla bien somos nosotros.
Así que ya sabes, los datos llegaron para quedarse y transformarlo todo, pero siempre con la cabeza bien puesta y cuidando la confianza.
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