¿Se desploma la cripto? Corea del Norte roba más de 2.1 mil millones y desata el caos ¡Los peores seis meses hasta ahora!

¡Escándalo en Irán! Filtran el código secreto de Nobitex justo después de que hackers roban tokens de Bitcoin, EVM y Ripple

Cuando hablamos de lana que viene de afuera a América Latina, no nomás estamos viendo números aburridos, sino todo un rollo complicado que es como el alma de esta región. La ONU y la CEPAL andan pegando el grito: la inversión extranjera directa, esa lana que llega de otros países, está cayendo en picada. ¿Por qué? Pues nos sueltan el rollo con puro dato serio: broncas políticas, incertidumbre en la economía, y que aquí no se crece tan rápido. Parece un manual para los expertos de Wall Street, pero si le damos una checada más a fondo, nos damos cuenta de que el problema es mucho más hondo y a veces nadie quiere hablar del tema de verdad.

Lo que más pesa aquí es la confianza. Ya sabes, ese cotorreo de que para invertir en un lugar tienes que sentirte seguro. Nos dicen que las broncas globales, tipo guerras comerciales y que en Estados Unidos las tasas de interés están por las nubes, hacen que la gente guarde su dinero en lugares “más seguros”. Pero, ¿qué chingados es seguridad si no confianza? El dinero ese volátil anda buscando refugio, mientras se queja de no querer invertir en países en desarrollo. Es como si el inversionista se avienta con su maleta llena de billetes a mirar a América Latina y pensara que es un terreno minado, cuando en realidad muchas bombas las han dejado el mismo sistema financiero global.

Sobre la famosa inestabilidad política, pues sí, aquí siempre hay cambios de gobierno, protestas y rollos así. Pero, ¿será que todo eso es culpa nuestra o más bien una reacción a políticas económicas impuestas desde fuera y al robo de nuestros recursos que casi no nos deja nada? Siempre se critica que aquí falla la protección legal o la fuerza del estado, pero es bien irónico que mientras quieren leyes fuertes para proteger inversiones, voltean a ver para otro lado cuando las empresas extranjeras hacen cosas que en sus países serían un delito. La confianza tiene que ser de dos caminos: si quieren que dé frutos, también hay que poner de nuestra parte y no solo sacar ventaja.

Y qué decir de cómo nos azotan las broncas externas. Nos quejamos de que la economía mundial nos afecta duro porque somos proveedores de materias primas desde hace siglos. De la plata que sacaron en Potosí al litio de los Andes, siempre hemos estado al servicio de lo que deciden los grandes. Ahora que los precios bajan, nos llaman vulnerables, como si pudiéramos cambiar de modelo económico de un día para otro. Nos piden diversificar, pero la mayoría de la inversión sigue cayendo en lo de siempre: minería y extracción, en vez de apostar por industrias que de verdad podrían proteger nuestras economías. El bajón en inversión en recursos naturales es un síntoma de que el modelo ya está cansado y mostrando señales de fallo.

La desigualdad y la falta de crecimiento son el meollo del asunto. La CEPAL habla de “trampas del desarrollo” y es que sí, es difícil confiar en un sistema que solo beneficia a unos cuantos y deja afuera a la mayoría. Para que la inversión sea chida y duradera, tiene que sentirse conectada con un proyecto de país, no solo con ganar dinero rápido. Cuando la desigualdad está al por mayor, el descontento social sube y esa supuesta “inestabilidad política” que espanta a los inversionistas se vuelve un círculo vicioso: menos inversión de calidad, más desigualdad, más problemas sociales, menos inversión…

Luego viene lo de las leyes y la infraestructura. Nos dicen que ya quitaron algunas barreras, pero todavía falta para tener bueno caminos, tecnología y gente preparada. El Estado debería ser el que arme ese ambiente chido para que la inversión fluya, pero aquí el cotorreo se pone raro: todos quieren que el gobierno facilite negocios, pero si regula un poquito, lo quieren ver como un exceso o una amenaza. Parece que la mano invisible del mercado solo es bienvenida cuando le conviene al inversionista, pero cuando toca poner reglas para equilibrar, mejor que el Estado se quede echando relajo atrás.

En el fondo de todo esto hay una bronca de poder. Se nos exige ser mercados maduros y predecibles, pero nos tratan como zonas de riesgo constante. Se habla de que las empresas extranjeras se llevan más dinero del que invierten, y eso no es solo un número, es un golpe a la confianza. ¿Cómo vamos a crecer si la lana que entra se va rápido y no se queda para fortalecer aquí? Es una ironía bien cabrona: la inversión llega buscando oportunidades, pero también chupa recursos que podrían usarse para nuestro desarrollo.

Claro, hay algunas excepciones que dan esperanza, como México con el nearshoring o la estabilidad en Centroamérica y el Caribe. Eso demuestra que sí se puede construir confianza, pero no nomás con palabras bonitas o leyes. Se necesita estabilidad real, políticas claras y la idea de que la inversión es una relación de largo plazo, no solo una visita express para sacar provecho y largarse.

En resumen, que la caída de la inversión en América Latina no es solo un problema de números. Es un rollo de confianza, donde los inversionistas piden cosas que no siempre están dispuestos a dar: compromiso real con el desarrollo a largo plazo, más allá de ganar rápido, y entender que la confianza se hace con corresponsabilidad, no solo con exigencias. Mientras no se hable de estas broncas con sinceridad, vamos a seguir viendo cómo la inversión baja y la región sigue buscando su camino.

Artículos relacionados

Respuestas