¡DeFi y la ‘Economía de la Deuda’: ¿Estamos repitiendo los mismos errores de siempre en Web3 sin darnos cuenta? ¡Descúbrelo aquí!

La onda de las Finanzas Descentralizadas, o DeFi para los cuates, llegó con la promesa de cambiar las reglas del juego. La idea es hacer un sistema financiero más justo, abierto y sin las broncas que trae la banca tradicional, como esas largas filas y los rollos que no se ven. En poco tiempo, DeFi se puso las pilas y empezó a reproducir muchas cosas que antes solo pasaban en Wall Street, especialmente todo el rollo de préstamos y deudas para hacer que la plata rinda más.

Pero aquí está el detalle: ¿no estaremos otra vez cayendo en los mismos líos de siempre? O sea, esos ciclos donde la gente se mete en más deuda de la que puede y luego todo se va al garete.

Muchos, sobre todo los que piensan como de derecha o libertarios, ven la deuda como algo malo, hasta como si fuera algo vergonzoso. Pero la realidad es que la deuda es como el motorcito de todo el progreso. Sin deuda, la neta la economía se quedaría estancada porque nadie podría invertir en ideas chidas, obras públicas o estudiar para superarse.

No es que la deuda sea mala, el broncón es cómo se maneja. Si la usas bien, es una herramienta poderosa; si te pasas de lanza y te sobreapalancas, te vas de bruces.

En DeFi, la gente está súper emocionada con el crédito, porque pueden poner sus criptos como garantía, pedir prestado y volver a invertir para ganar más. Eso es apalancamiento puro, usar la plata prestada para intentar hacerla crecer.

Lo chido de DeFi es que todo está ahí, a la vista, y sin intermediarios. Los contratos inteligentes ponen las reglas, manejan la garantía y cierran la bronca si la garantía baja de cierto nivel. No hay banco que se raje ni que pida rescate al gobierno.

Pero ojo, la gente sigue siendo la misma, con esos nervios y emociones que provocan subidas y bajadas en el mercado. Y si todo el mundo usa mucho apalancamiento y el precio de las criptos se desploma, se desatan las liquidaciones masivas. Eso provoca una venta loca que hace que los precios bajen aún más, causando un efecto dominó.

Esta historia no es nueva; ya la vimos con la crisis de las casas o con las burbujas tecnológicas. La diferencia es que aquí el riesgo es transparente, pero la confianza ciega en que todo subirá siempre sigue siendo peligrosa.

DeFi evita que los problemas financieros queden escondidos en números raros como los bancos tradicionales. Aquí todo es público y automático, lo que ayuda a que los riesgos no se acumulen en silencio.

Eso sí, el enredo de protocolos en DeFi es bien complicado. Un préstamo puede depender de otro protocolo, y este de otro más. Si uno falla, puede armarse un relajo rapidísimo que se extienda por todo el sistema.

En resumen, la deuda en DeFi no es magia que elimine los problemas de siempre, solo los pone en otro escenario con reglas nuevas. Lo que antes se escondía en papeles bancarios ahora está en líneas de código que también pueden fallar.

El reto de DeFi no es eliminar la deuda, eso no tiene sentido si quieres que la economía crezca. El truco está en usarla con cabeza, que los protocolos sean sólidos y aguanten los vuelcos del mercado. La deuda bien usada impulsa el progreso, pero abusar del apalancamiento solo lleva al desastre.

Algo que sí distingue a DeFi es que, para pedir préstamos, siempre tienes que dejar más garantía de la que pides prestada. Esto es como una barrera de seguridad que casi nunca se ve en la banca tradicional, donde los préstamos muchas veces se basan solo en promesas.

Por eso, aunque en la volatilidad el que pide plata pueda perder rápido, el sistema en general es más seguro que el tradicional, que se puede caer porque los bancos no tienen suficiente lana para cubrir sus deudas. En DeFi, si algo se pone feo, el código se encarga al toque de ajustar todo para evitar que se venga el caos total.

Así que ya sabes, la deuda y el apalancamiento existen en todas partes, pero en DeFi hay un chance de hacer las cosas más claras y robustas, aunque siempre hay que ir con cuidado y no confiarse nada.

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