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El rollo económico mundial anda bien revuelto: mientras algunos países grandes van medio lentos, otros están echando montón y creciendo como champiñones. Nadie sabe bien qué pasa con las reglas del dinero ni cómo acabarán los enredos políticos, así que unos están bien pilas y otros más bien cabizbajos. La innovación y el avance en algunos mercados nuevos se mezclan con la inflación que no se raja y los broncones en los países más ricos.
Para el próximo año, se ve que Estados Unidos y Europa van a frenar el paso. Están subiendo las tasas de interés para controlar la inflación, pero eso enfría las ganas de gastar y de invertir. Aunque los números oficiales todavía no gritan “crisis”, las personas y las empresas ya sienten que el dinero se pone caro y eso puede hacer que compren menos o le piensen más antes de aventarse un gasto fuerte.
Por otro lado, en lugares como Asia y Medio Oriente, la historia es otra. Países como India y China están echando chispas con su crecimiento, gracias a que sus mercados internos jalan bien y se están metiendo pesado en tech y construcción. En Medio Oriente ya no solo apuestan a vender petróleo; están aventándose a la tecnología, turismo y finanzas. La lana extranjera está llegando a tope porque los gobiernos están chambeando proyectos chidos para que la economía no dependa nomás del petróleo. Eso les está dando más chance de aguantar cuando la cosa se pone brava.
Los inversionistas andan entre ilusionados y de a tiro bien pensados. Por un lado, se emocionan porque creen que pronto bajarán las tasas de interés y esto podría sacar al mundo económico del bache. Las empresas no han mostrado señales de broncas graves, y las bolsas de valores parecen estar viendo más allá del jale complicado que hay ahorita. Pero no todo es miel sobre hojuelas. Estos inversionistas también saben que las cosas pueden cambiar de un momento a otro. Los conflictos en Europa y Medio Oriente pueden traer broncas en las cadenas de producción y hacer que suban los precios de cosas básicas como la luz y la comida. La inflación sigue ahí, como un invitado que no se quiere ir, y eso pone nervioso a cualquiera.
La economía mundial no es solo números fríos, también es la suma de decisiones, tanto de gente común como de jefes grandes. La manera en que consumimos, cómo innovan las empresas y qué tan rápido reaccionan los gobiernos puede cambiar cualquier pronóstico. Y contra lo que muchos pensaban, la economía ha aguantado más de lo esperado. Las cadenas de suministro ya no son iguales, muchas empresas encontraron nuevas formas de trabajar y la gente se ha adaptado chido a los cambios. La globalización no se fue, solo cambió pa’ regionalizarse más, y eso puede hacer que el sistema sea más fuerte en el futuro.
Eso que los países emergentes están creciendo no solo es bueno para ellos, sino que le da un empujón a la economía mundial. Aunque los medios nomás hablan de la desaceleración en los países ricos, la verdad es que el crecimiento mundial se mantiene gracias a Asia y Medio Oriente. No todo es recesión ni crisis; el poder económico se está moviendo y las reglas del juego están cambiando. Que los inversionistas en Wall Street sigan siendo optimistas a pesar de la desaceleración en sus países no es estar en otra onda, sino que están viendo el futuro más allá de sus límites, aceptando que lo que viene fuerte está en los mercados emergentes.
Los mercados no son una ciencia exacta, son como una novela con muchas interpretaciones. La emoción de Wall Street por posibles bajadas en las tasas de interés va junto con la realidad de que la economía nominal sí está desacelerando. Por eso hay que ser juiciosos y no dejarse llevar solo por la emoción. Los que saben de esto entienden que las promesas no siempre se cumplen y que los mercados pueden cambiar de color de un jalón. Cautela no es miedo, es la clave para no salir raspado. El optimismo es bueno, pero solo los datos firmes y las acciones bien pensadas de los gobiernos y bancos centrales dirán qué rumbo tomará la economía de verdad.
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