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La economía de Brasil, que es la más grande de toda América Latina, está atravesando un momento difícil. Aunque antes se la sabía fuerte y resistente, ahora está medio atorada, y esto preocupa tanto en la región como en el mundo. Lo que más alarma es que su Producto Interno Bruto (el famoso PIB) está creciendo bien poquito, y eso no solo afecta a los brasileños, sino también a los países que están cerca.
Una de las razones de este estancamiento son las tasas de interés bien altas. Para controlar la inflación y que los precios no se disparen, el banco central de Brasil ha puesto reglas estrictas que encarecen los préstamos. Esto hace que las empresas, grandes y chiquitas, piensen dos veces antes de invertir, y que las familias también anden ahorrando y comprando menos a crédito. Así, la actividad económica baja de ritmo y el crecimiento se traba.
El gobierno está en un tremendo dilema. Por un lado quiere hacer que la economía crezca, genere empleo y mejore la vida de la gente. Pero por otro, sabe que si mete el acelerador sin cuidado, puede desatar una inflación que deje a todos con el bolsillo flojo. En la zona hemos visto varios gobiernos meter mano con gastos exagerados y al final terminar en puro desmadre económico. La clave está en no pasarse de lanza.
Para echarle ganas, el gobierno ha puesto inversión en obras públicas y programas sociales. Pero no puede gastar sin medida porque tiene que cuidar las finanzas públicas, para que los inversionistas le sigan echando ganas al país y para no levantar aún más las tasas de interés, que ya están por las nubes. Si la deuda crece sin control, Brasil tendría que seguir subiendo los intereses y eso solo haría que todo se quede más lento.
La coordinación entre el gasto del gobierno y las decisiones del banco central es fundamental. Si uno se pone flarete y gasta a loco, el banco central tiene que ponerle freno con tasas más altas. Pero si se ponen de acuerdo y apuestan por invertir en cosas que verdaderamente hagan a Brasil más competitivo y productivo, pueden lograr un crecimiento mucho más sano, sin que la inflación se salga de control.
Esta bronca no es solo de Brasil; es de toda la región. Países como Argentina, Uruguay y Paraguay dependen bastante de la economía brasileña para vender sus productos. Cuando Brasil se detiene, importa menos y los productores de esos lugares también la sufren. Si el real brasilero se devalúa, toda la zona siente el temblor porque afecta a sus monedas y a las inversiones.
Cuando la plata en Brasil se aprieta, baja la demanda de productos agrícolas de sus vecinos, como la carne, la soja y el trigo. Eso pega fuerte a los campesinos y empresas del sur. Igualmente, las fábricas que venden a Brasil reciben menos pedidos, lo que hace que toda la cadena comercial de América Latina se sienta pausada.
Aunque el panorama parece difícil, no todo está perdido. Brasil está pasando por una transformación en sectores como los servicios, la tecnología y las startups, especialmente en fintech y biotecnología. Aunque estos cambios no se vean tanto en las cifras oficiales de crecimiento, pueden ser el impulso para que la economía crezca de manera más sólida y con mejor calidad a futuro. Los jóvenes emprendedores y la innovación están poniendo a Brasil en el mapa de una nueva economía más digital y diversificada.
En resumen, aunque el motor económico de Brasil esté prendido a fuego bajo, no está apagado. La región está esperando que encuentre el ritmo para prenderlo de nuevo, más fuerte y más inteligente. Mientras tanto, todos los países vecinos están atentos porque lo que pase en Brasil repercute en toda América Latina. Así que, más que un estancamiento, es un momento de pausa para repensar y avanzar con nuevas ideas y tecnologías.
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